top of page

La Ciudad Perdida

  • aulagranizal
  • 16 may 2017
  • 2 Min. de lectura

Monte, puro monte. Eso era lo único que había cuando nos vinimos a vivir acá.

En esa época -hace unos 13 años- venir a vivir por aquí no era tan sencillo. Había normas y trabajo en comunidad, el que no ayudaba en la construcción de la vereda y en los convites no podía comprar ningún terreno. Entonces mi esposo nos abrió el camino; venía hasta 3 domingos seguidos a trabajar hasta que por fin nos vendieron el pedacito de tierra.

Betza María Hurtado

En la época en que la luz se conseguía de contrabando, había que cargar los postes de luz y los cables por todo ese monte empinado en el que si no había manga, había lodo. Tenían que subir lo que más se pudiera para llevarle energía a la comunidad y con los postes al hombro… entre varios, subiendo varias veces al día. Eso fue lo que le tocó a mi marido, porque nosotros sí vivíamos un ranchito en la parte baja de Granizal pero el arriendo era muy caro y mejor tener algo propio.

Cuando compramos el lote, inmediatamente mi esposo con otras personas de aquí comenzaron a construir el rancho, mientras tanto yo me quedaba en la tienda mía allá abajo donde vivíamos antes. Recuerdo mi primera noche es esta casa, cuando ya estuvo toda construida. Eran las 11 de la noche y no se veía absolutamente nada, ni la luna ni las estrellas nos alumbraban el camino. Oh, sorpresa me llevé al otro día cuando me levanté a las 6 de la mañana y vi que solo había monte, nada más. Lo primero que pensé fue: ¿a qué hora saldrá la guerrilla por acá?

Y no fue sólo el monte o la soledad, vivir aquí no fue fácil durante mucho tiempo. Lo más difícil era no tener agua, la vecina nos regalaba un poco en la mañana para podernos bañar. Eventualmente construyeron más casitas, la comunidad se fue acrecentando y conseguimos un suministro de agua, pero sólo durante dos horas y en ese tiempo teníamos que hacer todo (bañarnos, cocinar, lavar).

Tener la tienda también se hizo más complicado: yo iba a la minorista y compraba las cositas, luego cogía el bus de Santo Domingo que me dejaba abajo –casi donde vivía antes– y de ahí empezaba a caminar con la mercancía al hombro. En un punto tenía que subir una rampa que era puro lodo de ese amarillo que mancha los zapatos, y los pasos que una daba eran los mismos que se devolvía. Ese era un tiempo en el que no se le vendía un tinto a nadie –¿con qué agua se iba a hacer?–, un tiempo en el que había que traer cables de energía desde el inicio de la vereda hasta este pico en el que estamos, un sitio tan alto, tan lleno de monte y tan aislado, que lo llamaban la ciudad perdida.

 
 
 

Comments


Noticias
Historias de Granizal
Tags
Síguenos
  • Black Twitter Icon
  • Black YouTube Icon
  • Black Twitter Icon
bottom of page